Las manos de mi tierra: el detrás de escenas del arte tradicional colombiano
Colombia es uno de los países más diversos en el mundo, tanto en naturaleza como en cultura, lo cual se ve reflejado en su riqueza artesanal que ha pasado de generación en generación hasta el día de hoy.
Este especial reúne las tradiciones artesanales de Morroa y Tolú en Sucre, Medellín en Antioquia y Pamplona en Norte de Santander, donde artesanos de estas regiones relatan sus historias de vida acompañados por el arte y todo lo que este les ha brindado.
Entre hilos, nudos, caracuchas y colores: Artesanías de Sucre.
Por: Angie Sofía Durán, Andrea Isabel Lara Vega y Emily Zúñiga Calderón.
Las artesanías son uno de esos accesorios que todos hemos poseído, ya sea porque lo compramos al visitar algún lugar o porque nos lo regalaron, pero ¿alguna vez se ha preguntado quiénes las producen? ¿Las historias de estas personas? ¿Qué los llevó a dedicarse a este oficio? Hoy le contamos la historia de ocho artesanos y sus luchas y alegrías al ejercer este trabajo.
“Me traes algo” es, probablemente, una de las primeras cosas que nos dicen cuando anunciamos que vamos a pasear, ¿a qué se refieren nuestros familiares o amigos al decirnos esto? Lo más seguro es que sea a las artesanías que se comercializan en las zonas turísticas de nuestro país.
Este arte es común en todo el país, aún así, cada pueblo tiene un elemento característico que se mueve por la tradición que allí existe y que ha perdurado por siglos, representando el amor por las manualidades, la preservación de la cultura y la vida. Sucre es un perfecto ejemplo de esto. En este departamento, la tradición ha sido heredada de los indígenas Zenú y su oferta para los visitantes es variada y única.
Morroa es de colores
Ubicado en la subregión Montes de María, las casas de Morroa aún conservan su palma y bahareque; y la tejeduría de hamacas, su representativo, llena las casas y calles de vibrantes colores. Este arte logró sobrevivir a la llegada de los españoles, pues estos quedaron fascinados al ver aquellas camas que los indios poseían. Y aunque hay registros de estas en los diarios de Cristóbal Colón, no fue sino hasta 1537 que el español Gonzalo Fernández de Oviedo las describió a detalle: “Bien es que se diga qué camas tienen los indios en esta isla española, a la cual llaman hamaca [...] Y es de algodón hilado de mano de las indias, la cual tiene de luengo diez o doce palmos, y más o menos, y del ancho que quieren que tenga", dejando así un registro significativo en la historia.
Pero, ¿cómo sobreviven estos saberes ancestrales? En la cultura Zenú lo hicieron gracias a la tenacidad de las indígenas, quienes aprovecharon sus cargos como caciques y sacerdotisas para no perder sus tradiciones y, en la actualidad, se hace mediante la herencia familiar. Abuelas, madres, hijas e hijos de este pueblo de más de 14 mil habitantes se han encargado de suceder los aprendizajes que han obtenido a lo largo de sus vidas y perpetuar sus costumbres enseñándoles a las nuevas generaciones.
A los más de 2 mil artesanos de este pueblo, la hamaca les ha dado todo, alegrías, tristezas, orgullo y nuevas oportunidades. La hamaca, dicen, les permitió conocerse mejor a sí mismos y a su historia. La hamaca le dio color a sus vidas desde que eran pequeños y lo continuará haciendo hasta el día en que mueran.
Este es el caso de Elia Guzmán, una mujer de 86 años y una de las tejedoras más antiguas del pueblo, que aprendió a hacer hamacas cuando tenía nueve años, intrigada por la actividad que hacía su abuela, también tejedora, e interesada en practicarla. “Yo aprendí viendo a mi abuelita, me ponía atrás de ella para que no se diera cuenta y me quedaba mirando como lo hacía” comenta hablando de sus orígenes en este arte.
Y es que el telar no solo trajo consigo una pasión y modo de sustento, sino que también la unió a Isabel López, más conocida como Licita, su gran amiga que, al igual que ella, teje hamacas desde que era pequeña y que aprendió el oficio viendo a su madre durante interminables horas.
Ambas mujeres nacieron y se criaron en el barrio Crema Caliente y, en la actualidad, aún viven ahí, Elia disfrutando de su retiro tras décadas en este oficio y Licita ejerciéndolo con la misma pasión con la que realizó su primera hamaca de 30 lampazos a los 11 años, un suceso que marcó su inicio como artesana y que provocó orgullo en su familia y admiración alrededor del pueblo debido a que es una labor difícil para esa edad.
Esa emoción vivida a su corta edad ha sido la que mantiene viva su pasión por el tejido, una herencia familiar que la motiva a seguir trabajando a pesar de las dificultades de salud que presentó en el pasado. “Yo antes las armaba, pero a mi me dio parálisis y me quitaron eso, aunque yo sigo tejiendo” cuenta Isabel. Para Elia ha sido diferente, sus manos no dieron más y tuvo que retirarse, dejando de lado el oficio que vio a su abuela realizar y el que ella misma practicó por tantas décadas pero nunca dejando de extrañar el telar, el instrumento que le dio tanto durante toda su vida.
Esta pasión por tejer tampoco impidió que Nelcy de Corena se detuviera después de ser diagnosticada con Parkinson. La mujer de 80 años, que falleció hace unos meses, innovó en la fabricación de hamacas al realizar, según lo solicitado por sus clientes, bordados que adornaban de forma única cada diseño.
Nelcy, vivía en el barrio Palito y en su hogar tenía un taller con 6 telares de hamacas de todos los tamaños donde ella, su hija y otros 3 trabajadores tejían hamacas que comercializaban en toda Colombia y otras partes del mundo, especialmente Estados Unidos. Pero a pesar de su enfermedad y de que no era la única en su taller, era ella quién bordaba las hamacas, mientras su hija y los trabajadores tejían.
Y es que su amor por tejer viene de familia, pues su mamá y abuela eran tejedoras y desde que ella era pequeña, a los 8 años, les ayudaba a ambas, siempre cuestionándose como juntar sus dos pasiones: el tejido de hamacas y el bordado.
Con el paso de los años llegó la respuesta a su pregunta. Un día decidió hacer su primer bordado, un diseño que quedó tan bien hecho que fue vendido a los pocos días y atrajo la atención de otros compradores que le encargaron diferentes diseños. Así fue como su amor por la artesanía y el bordado se profundizó, pues, por fin, había logrado conjugar sus dos pasiones, creando una manera innovadora de diseñar hamacas, con la técnica ancestral del paletear, tras décadas de tradición.
Con esta nueva e ingeniosa forma de realizar hamacas, Nelcy y su trabajo tomaron más importancia en Morroa, sus bordados eran deseados y cada persona mandaba a hacer algo único y especial para cada encargo y estos encargos oscilaban entre los 180 mil y 500 mil pesos colombianos. Aún así, a pesar de la variedad de diseños que realizó a lo largo de su vida, ella siempre conservó cada uno en su corazón.
“Una vez llegó un señor aquí pidiéndome una hamaca con el mapa de Colombia”, contó en una entrevista antes de su muerte, “entonces yo vi el croquis y ahí lo hice, pero yo ¿sabe que hice? cogí e hice el departamento de Sucre y ahí puse a Morroa. No sé si lo puse donde era pero ahí se lo dejé". Este pedido, del que habló con nostalgia, fue bordado hace 30 años, pero ella aún lo recordaba porque fue uno de los bordados que más disfrutó hacer y llevaba la marca de Morroa, el lugar que la vio nacer y la enorgullecía.
Y así, Morroa, con los colores de las hamacas y la alegría de la gente que la habita sostiene una tradición de más de cinco siglos que se sigue enseñando de generación en generación y afianza los lazos de los morroanos con sus raíces.
Tolú, mar de plata y sus riquezas
Atravesando las montañas de los Montes de María, en el Golfo de Morrosquillo, nos encontramos con Santiago de Tolú, lugar que, con su mar de plata, atrae a turistas de todas las partes del país y les proporciona a los artesanos de este pueblo uno de los materiales más importantes para su trabajo.
A este material lo conocen como caracuchas, lo que nosotros llamamos conchas de mar, y es uno de los elementos más usados para realizar artesanías en el municipio costero. Estas piezas, que el mar expulsa diariamente, se transforman en piezas únicas como lámparas, rosarios y móviles que resaltan el ingenio, conocimiento y estética de cada artesano e intrigan a turistas y pobladores de Tolú.
Una de las artesanas que trabaja con caracuchas, y otros materiales como el caracol pala y el caracol rojo, es María Eugenia Meléndez. Esta mujer de 49 años, que lleva 15 años trabajando como artesana, aprendió de su madre y familiares maternos todo lo que sabe en la actualidad, saber que usa para realizar creativas lámparas que llaman la atención de quienes visitan el municipio sucreño.
Para María el arte se debe heredar y es por esto que le enseñó a su hija Orladis el legado que su madre le dejó y ambas trabajan para sacar adelante una tradición de años en su familia. Al igual que su madre, Orladis trabaja con las caracuchas. Ella las utiliza para crear pulseras y collares, e incluso rosarios, haciendo uso de diferentes técnicas como el macramé, el nudo franciscano y el nudo de serpiente.
Aunque este arte se puede heredar de generación en generación, también existen quienes lo aprendieron con el paso de los años, sin una tradición familiar, solo atraídos por los colores y formas que se crean a partir de elementos como las caracuchas.
Este es el caso de Jacinto Parra Berrio, un carismático hombre de 61 años que cuenta con 12 años de experiencia en el oficio y vive agradecido con lo que la artesanía le ha dado no solo a él sino a su familia.
Él decidió incursionar en este arte por la falta de dinero y la edad, la cual ya no le permitía realizar trabajos físicos como la pesca o la construcción, y con la ayuda de su amigo Freddy aprendió este oficio que lo enamoró y lo hizo redescubrirse a sí mismo, pues en el acto de entrelazar cada hilo encontró la paz que había buscado durante una gran parte de su vida.
Su trabajo va desde collares, gargantillas y pulseras, los cuales van desde los 2 mil a 25 mil pesos colombianos, e incluso artículos con forma de pez con un valor de 5 mil pesos colombianos. Su arte, elaborado finamente entre nudos y conchas de caracol, lo diferencia del resto por la atención al detalle que pone en sus piezas; esta calidad a la hora de fabricar lo hace resaltar no solo entre los turistas sino también en las tiendas dentro del municipio, quienes le hacen encargos, que él felizmente acepta, y le ayudan a avanzar en su emprendimiento.
Por otro lado, José Gabriel Atencia Martínez es un artesano que llegó a este oficio por azares del destino, buscando una fuente de ingreso que le permitiera mantener a su familia, y desde que lo aprendió no ha dejado de ejercerlo.
Al inicio, su esposa Zulima fue quien le enseñó a hacer artesanías pero él también aprendió de otros artesanos en la playa y esta mezcla de conocimientos le permite crear y vender diversos productos impregnados con su marca personal en su puesto en la playa.
A través del tiempo, el mar, la brisa y la arena han hecho de Tolú y su gente quienes son hoy en día. Personas que buscan encontrar maneras de salir adelante, trabajando a pesar de la falta de oportunidades y creando nuevas maneras para sobrevivir. Tolú es vida, un pueblo en la costa caribe habitado por 32.012 personas llenas de sueños por cumplir en un mar de pocas posibilidades, pero que no se rinden y encuentran formas de navegarlo y triunfar.
La pandemia, una ventana de realidades para la artesanía
Durante el año 2020, el PIB (Producto Interno Bruto) del país cayó un 6,8% debido al Covid-19 y la cuarentena obligatoria que se impuso en todo el territorio nacional, situación que trajo consigo muchas restricciones y pérdidas para todos los sectores productores, uno de estos, precisamente, fue el sector turístico, en el que las agencias de viaje reportaron una disminución de ingresos del 70,4% respecto al 2019, y esto, en consecuencia, afectó a los artesanos de lugares turísticos como Tolú.
Luis Alfredo Blanco Villero, un artesano nativo del municipio de Tolú, que lleva aproximadamente 8 años dedicándose a la elaboración de collares con conchas de caracol, vivió uno de sus peores años y sufrió los estragos de la pandemia. Él cuenta que durante este tiempo lloraba al ver las playas sin turistas, ya que antes de la pandemia podía llegar a hacer hasta 100 mil pesos colombianos en un día gracias a quienes visitaban su pueblo natal.
A 55 kilómetros de Tolú, en Morroa ocurrió lo contrario.
Para Luterio Domínguez, hijo de Elia Guzmán, tejer hamacas era un pasatiempo, una actividad que heredó de su madre y que realizaba en sus ratos libres. Con la pandemia esto cambió. Él era entrenador de fútbol en Morroa, pero con la llegada del Covid-19 la escuela en la que trabajaba cerró y tuvo que buscar otra forma de sustento.
Ahí fue cuando tejer lo ayudó. Este pasatiempo se convirtió en su trabajo oficial y le permitió salir adelante y conectarse otra vez con sus raíces.
Uniéndose a las dificultades que ya se mencionaron, los artesanos de Sucre y todo el país también se vieron afectados por la cancelación de las ferias, eventos y exposiciones artesanales como consecuencia de las medidas de prevención y aislamiento lo que impidió la muestra de su arte a un público más grande.
A pesar de las diferentes situaciones que se han presentado en sus respectivas vidas, los dos artesanos coinciden en su pasión y amor por el trabajo manual que ejercen y que, de una u otra manera, les ha dado la vida.
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Las artesanías, ya sean las hamacas o los diversos accesorios que se hacen con las caracuchas, son para estas personas un espacio de reconexión consigo mismos y una tradición que no solo permea completamente la historia de Morroa y Tolú, sino que hace parte de las familias de algunos. Su trabajo, que llama la atención de tantos turistas, es su pasión, una fuente de ingreso para ellos y un legado que esperan dejar en sus familias y compradores. Ellos continúan creando con sus manos estos objetos, demostrando la perseverancia y fuerza que se tiene cuando se hace lo que se ama.
Cada artesano cuenta una historia, una anécdota por la cual es quién es y, a pesar del tiempo, sobrevive y lo seguirá haciendo hasta que su cuerpo y manos le permitan, trabajando en una profesión que lleva escrita su historia, la de su familia y el lugar en el que nació y se crió.
La pasión de crear
POR: JUAN MANUEL GONZÁLEZ Y CARLA FERNANDA SERNA